No tengo problemas en que un matemático hable de Historia, o que un físico diserte sobre Filosofía, o que un biólogo recurra al Derecho. Sé que hay quienes se oponen a eso, y sé también que esas injerencias presentan sus dificultades. Lo que sí no veo bien es, por caso, cuando un biólogo pretende una negación biológica recurriendo a un postulado jurídico o a uno psicológico. El biólogo mexicano Antonio Lazcano, sostuvo que “en contraste con lo que ocurre en matemáticas, por ejemplo, donde se pueden dar definiciones precisas atemporales (como el círculo), la vida es un concepto empírico cuya caracterización depende de un contexto histórico específico.” Por los avances científicos modernos, se ha llegado a una comprobación absolutamente precisa de cómo es el desarrollo vital humano. Apoyar una injerencia de un devenir histórico-sociológico para efectuar una modificación en una realidad específica, definida y universal, es estar intentando la aplicación de una elucubración que nada tiene de lo científico que se pretende. Dicho de otro modo: sea cual fuere el contexto histórico específico, digan lo que digan o hagan lo que hagan los hombres en un tiempo determinado, no por eso modificarán una realidad universal, como es que tras la concepción estamos frente a un ser humano. Profundizaremos esto último.
Lazcano ensaña que “una cosa es estar vivo y otra es ser una persona: un embrión no es una persona, es un conjunto de células”. Sería interesante saber por qué el biólogo prefiere hablar de “persona” y no de “ser humano”. ¿Tendrá que ver con alguna doctrina de carácter estrictamente jurídica que erróneamente en su momento pretendió dirigir el dato biológico, siendo su interés desdibujar con una palabra una realidad? Pero dejando esto de lado: la simple negación no alcanza, pues, al fin de cuentas, según se lo mire, todo ser humano presenta un conjunto celular. El punto que el biólogo está eludiendo es el siguiente: ¿cuál es la forma en que ese embrión se presenta vivo? Y esencialmente se presenta como humano, y su carta de presentación es un código de información estrictamente humano. Por eso el padre de la genética moderna, doctor en medicina y ciencias, profesor de genética fundamental en la Facultad de Medicina de París, Jérôme Lejeune, ha dicho: “Aceptar el hecho de que después de la fecundación un nuevo ser humano ha venido a la existencia ya no es una cuestión de gusto o de opinión”.
Cuando un biólogo como Antonio dice que un óvulo fecundado es simplemente una masa celular viva, que no es persona, y que no tiene derechos sociales, activa de algún modo una suerte de permisión para aquellos que, como yo, hemos estudiado algo de derecho y no somos biólogos. No discurriré sobre la expresión “derechos sociales”, no me interesa en este momento eso. La usaré sin más, para lo que me propongo. Por lo pronto, y moviéndome por el momento en lo jurídico, encuentro varios de esos llamados derechos sociales que yo hoy no tengo, y no por eso dejo de ser un ser humano. Quiero decir que no se dice nada diciendo “no tiene derechos sociales”. No quiero circunscribir el planteo a un general “derecho social”. Es extraño pensar en cualquier derecho ignorando el derecho fundamental a la vida; y es extrañísimo que quienes tratan con la vida, antepongan a ella otros derechos. Está en juego –sigo por el momento en el campo jurídico- el “derecho a la vida” de “alguien que es un ser humano desde la concepción”. Hay que probar esto último, y, como se ve, es un lugar en donde se hermana el derecho con la biología, pues el derecho está reconociendo algo que existe en la realidad. No está la disciplina jurídica inventando un capricho, está, insisto, admitiendo y protegiendo un hecho de una trascendencia sin igual que se da en el mundo real.
Para Antonio Lazcano, “desde la existencia de un óvulo y un espermatozoide hay vida, pues están vivos como un cigoto, pero la actividad nerviosa y la diferenciación celular que crea el sistema nervioso central de un embrión, no empiezan sino hasta la doceava semana de gestación”. Aquí sería el momento de citar a importantes eminencias mundiales que echan por tierra lo que defiende Lazcano, para lo cual invito a quien le interese a leer mi artículo “Un viaje hacia el comienzo del ser humano – Los medievales”. Quedan por hacer más distinciones. Se dice que el espermatozoide tiene vida, que un óvulo tiene vida. Pero sostener que es la misma forma de vida que se da cuando ambas células se unen, no es real. Es exactamente lo mismo que aseveraba hace tiempo el médico francés Étienne-Émile Baulieu: “Si se mira un espermatozoide con un microscopio, también se mueve. No por eso se puede decir que estamos frente a un hombre”. Lo cierto es que el óvulo por un lado y el espermatozoide por otro, podrán a su modo presentar vitalidad, pero no tienen nada que ver con la vida del ser que se forma tras su unión. Esta es una distinción comprobable empíricamente. Todo lo que comienza a darse desde la fecundación jamás se dará con solo un óvulo o con solo un espermatozoide. Y es empíricamente comprobable que no se puede llegar a un desarrollo del sistema nervioso, sino desde un punto de partida tras el cual comienza un despliegue asombroso que de un modo no menos asombroso va dirigiendo vitalmente al ser en todos sus sucesivos desarrollos.
Tocante a la iterativa manifestación de la “doceava semana de gestación” hasta la cual estaría permitido el aborto, a ciertos científicos parece poco importarles, por caso, que en la cuarta semana el corazón ha empezado a latir, y comienzan a formarse los ojos, las orejas y pulmones; poco les importa que a la quinta semana tenemos la aparición de pequeños brazos y piernas; poco les importa que en la sexta semana se desarrollan pequeños dedos de manos y pies; poco les importa que en la octava semana el bebito tiene el cuerpo bien proporcionado; poco les importa si en la semana novena ya puede distinguirse si es un niño o niña; poco les importa si en la semana décimo primera el bebito puede esbozar una sonrisa. Les resulta preferible desdibujar todo eso bajo la denominación “masa celular”, porque en una de esas no lo sabíamos y hay masas celulares que sonríen, tienen sexo definido y un corazón latiendo, pero no es humano siendo que tiene todo de un humano.
Encuentro oportuno señalar algunas consideraciones más de Étienne-Emile Baulieu, para así continuar probando lo que afirmé en mi primer párrafo sobre indebidas injerencias de las que se sacan indebidas conclusiones. Consultado Étienne sobre cuándo un embrión puede ser considerado un nuevo ser humano, respondió: “Tengo dos respuestas: La primera es a partir del momento en que los demás comienzan a reconocerlo como tal. En el caso de la sociedad, a partir de su nacimiento. Sin embargo, la segunda respuesta me parece más acertada. Todo depende de la mujer, del momento en que la mujer comienza a sentir su embrión como un nuevo ser (…). Todo es una cuestión psicológica. Todo depende de cómo la mujer percibe ese embrión”. Para Baulieu, respuestas “no tan acertadas” tienen tanta legitimidad como respuestas “más acertadas”; pero, al parecer, todo podría ser acertado, menos el respeto absoluto por el ser humano concebido. Una vez más, en el caso de Baulieu, vemos cómo hay científicos que brindan respuestas sirviéndose con engaño de otras disciplinas que no son las propias de ellos. Fundado en la “psicología”, para Étienne, al fin de cuentas, todo es cuestión de percepción. Créanme que no soy yo quien tiene inconvenientes en que alguien haga incursiones en otras disciplinas, solo que me parece que deben respetarse ciertas objetividades. No es buena psicología mandar a que cada uno elabore la realidad según su parecer: una buena psicología invita a un respeto a la realidad. La realidad de un espejismo no cambiará, por más que mentalmente me esfuerce en afirmar que hay agua donde no la hay.
¿Qué quiso decir Lazcano cuando afirmó: “en términos genéticos, la placenta tiene la misma información que el individuo y no hacemos nada con ella”? Mejor dicho: ¿cuál fue el objetivo que se propuso el científico? Es el mismo Lazcano el que hace -¿no se dio cuenta?- la distinción entre “placenta” e “individuo”. Aún desde un punto genético la comparación entre placenta e individuo es improcedente. Sus destinos son totalmente distintos y un biólogo no puede ignorarlo. La placenta sirve al ser humano concebido, es, y lo diré figurativamente, su esclava. Está para servirlo de varias maneras. A estas alturas del 2019 está fuera de discusión que la carga genética de un nuevo invitado a la vida es única e irrepetible, y, en consecuencia, él es único e irrepetible. Recordaré lo que nos enseñan en el libro “Embriología Funcional”, los doctores Rohen, Lütjen y Drecoll: “El embrión humano se desarrolla en la trompa uterina y en el útero (desarrollo intrauterino), por lo general durante 264-268 días (38 semanas) desde la fecundación hasta el parto (edad ovulatoria) (Ed. Panamericana, tercera edición, España, 2008, p. 1). “El desarrollo embrionario humano comienza con la fecundación (concepción), es decir la unión del óvulo con el espermatozoide. La fecundación (…) es un acontecimiento asombroso y venerable” (p. 2). “El cigoto de ninguna manera puede compararse con una célula del cuerpo. Es el origen del nuevo individuo, que contiene (en potencia) todo lo que constituirá el organismo futuro. No hay nada más que añadir (p. 24). “El cigoto ya es (funcionalmente) el todo. El desarrollo que sigue siempre se produce desde el todo hacia las partes (…). Aunque en el cigoto no puede reconocerse (externamente) nada ‘humano’, el todo ya está presente (funcionalmente) y muestra sus potencias enormes ya en los primeros pasos del desarrollo” (p. 24).
Al menos para mí, lo afirmado por Antonio Lazcano sobre la influencia de las “contingencias históricas” en una cuestión biológica científicamente inalterable, constituye un hecho histórico lamentable y de consecuencias negativas. Podría incluso fundarse sobre la contingencia aludida, que la pólvora no se haga más con nitrato de potasio, carbón y azufre, sino que, según modificaciones de época, de lo mismo hacerla con cacahuate y azúcar de caña. Y ya que estamos realizando algunos pasos por el campo de la Historia, conviene prevenir sobre cortes culturales que no solo quiebran tradiciones sino que desean concretar objetivos irreales. De ahí que, si el corte es completo, visto desde el plano de la historia, el historiador Christopher Dawson lanza una lacónica advertencia: “sería mucho más revolucionario que cualquier cambio político o económico, ya que significaría la muerte de la civilización”.
Por: Tomás I. González Pondal
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