Mitos sobre "las riquezas de la Iglesia" y el hambre en el mundo.

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Por: Aitor Miranda.

Para intentar atacar y desacreditar la labor de la Iglesia Católica, labor de todos los bautizados que la formamos, algunos medios de comunicación social, politicuchos rancios, escritores, filósofos y teologuillos de media tinta, suelen usar siempre los mismos tópicos en su afán de ganar una miserable pizca de protagonismo en este mundo de la imagen.

Parece que poco a poco con sus discursos y panfletos, van logrando que la sentencia “calumniad con audacia: algo siempre quedará”, del filosofo inglés Francis Bacon, vaya modelando las mentes de nuestros jóvenes y no tan jóvenes conciudadanos.

En mi experiencia como profesor de Religión en un instituto público y en muchas de las conversaciones que mantengo con amigos y conocidos, cuando sale el tema de la Iglesia católica, el 90 por ciento de las veces salen a la palestra las riquezas de la Iglesia y el hambre en el mundo. Cuando les pregunto de dónde han sacado esos datos, todos dicen que los han leído o escuchado en tal periódico o en tal radio. Lo malo no es que se lea un determinado periódico u opiniones de ciertos escritores, ni se escuche tal emisora de radio, lo realmente perjudicial es que esas informaciones sean tomadas como “palabra de Dios” y no sean contrastadas con informaciones veraces.

¿Que la Iglesia tiene mucho dinero? Por supuesto que sí, para proyectos de promoción y creación de escuelas y dispensarios hace falta dinero y mucho, si no, es imposible que salgan adelante. Gracias a Dios, millones de personas siguen confiando en la Iglesia católica y dan sus donativos y colectas a esta institución, ¡por algo será! La razón es que confían en ella, porque saben que la Iglesia es transparente en sus cuentas y hará llegar a buen término el dinero que le ha sido confiado.

No hay ninguna institución social ni política, ni siquiera religiosa, que tenga a miles de sus miembros, hombres y mujeres trabajando en proyectos de desarrollo, promoción y anuncio de la Buena Noticia en países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo, como tiene la Iglesia Católica.

Otras de las cuestiones que salen a relucir en clase y en conversaciones es la siguiente: si la Iglesia vendiera las miles de obras de arte que tiene, el dinero que se sacara serviría para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo. Muy bien, vendamos el Vaticano con sus obras por separado o cualquier otro edificio religioso. ¿Qué ocurriría? Lo más probable y seguro es que las compraría un multimillonario que guardaría sus nuevas adquisiciones en su mansión altamente asegurada -no podía ser menos- para que sólo contemplaran sus nuevas obras gente de su mismo nivel económico. En el mismo momento en el que se vendiera esas obras, se perdería gran parte de nuestro patrimonio, patrimonio de la humanidad. Ya solo nos tendríamos que contentar con contemplarlas en vídeos, fotos y libros.

Seguidamente suelo aprovechar para decirles a los alumnos: vendamos ya, puestos a vender, la talla de la Virgen del siglo XIV, patrona de vuestro pueblo. La mayoría responden que la Virgen no está en venta, es suya, del pueblo y se sienten identificados con ella.
Y después de vender todo lo anterior, supongamos que acabamos con el hambre y la pobreza en el mundo. ¿Por cuanto tiempo? A lo más durante unos meses, y después de haber vendido los bienes culturales, patrimonio de la humanidad, el hambre y la pobreza en el mundo resurgirán como el Ave Fenix.

El problema del hambre y la pobreza en el mundo no se soluciona vendiendo o malvendiendo obras de arte, es un problema mucho más profundo, más radical. Forma parte de la “estructura de pecado o pecado estructural”, término que aparece en la teología de la liberación y en la encíclica social Sollicitudo rei socialis (nº36), de nuestro entrañable Beato Papa Juan Pablo II. Para luchar contra este pecado de calado social es necesario que cambiemos, que demos un giro a nuestras vidas, porque nuestro pecado personal favorece, alimenta y contribuye a que las estructuras de pecado sigan devorando sin piedad a más de la mitad parte de la humanidad.

No quiero acabar sin hacer referencia a un gran santo oscense, cuya fiesta la celebramos el pasado 10 de agosto, San Lorenzo, diácono y mártir.

Cuando el prefecto de Roma, pagano muy amigo de conseguir dinero, le ordenó que entregara las riquezas de la Iglesia, Lorenzo pidió tres días para poder recolectarlas y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba. Al tercer día, compareció ante el prefecto y le presentó los pobres y enfermos que él mismo había congregado y le dijo que ésos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia. El prefecto entonces le dijo: "Osas burlarte de Roma y del emperador, y perecerás. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida".

Y así fue, torturándolo con escorpiones antes de asarlo en una parrilla.

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